La palabra cristofobia fue utilizada por Jair Bolsonaro el martes (22) en su discurso en la 75º Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Al citar ese término, que define la aversión al cristianismo o hacia aquellos que profesan la fe cristiana, el presidente de Brasil hizo un “llamado a toda la comunidad internacional por la libertad religiosa y la lucha contra la cristofobia”, y agregó que Brasil es un “país cristiano y conservador, y tiene su base en la familia”, aunque el Estado brasileño sea laico, como lo establece la Constitución Federal.
Antes de llegar al discurso de Bolsonaro, el término cristofobia ha sido utilizado por parlamentarios de la Bancada Evangélica en el Congreso. En 2015, por ejemplo, un diputado federal utilizó la palabra para atacar las manifestaciones del Desfile LGBT. Cuatro años atrás, un proyecto de ley que creaba el Día de la Lucha contra la Cristofobia se tramitó en la Cámara Municipal de San Pablo.
La existencia de la cristofobia en un país de mayoría cristiana –50% de los habitantes son católicos y 31% evangélicos, según Datafolha– es contradictoria. Los más discriminados por motivos religiosos en el país son los practicantes de umbanda, candomblé y otras religiones de origen africano, según datos del propio gobierno federal: de 506 casos registrados el año pasado por el servicio estatal que recibe denuncias de violaciones a los derechos humanos, sólo 23 fueron de agresiones contra sectores evangélicos.
“Existe el prejuicio, así como hay prejuicios contra varios grupos”, pero “los cristianos tienen en sus manos todo el aparato del poder estatal”, señaló el teólogo e investigador sobre iglesia, sociedad y derechos civiles Ronilso Pacheco, después de escuchar en internet el discurso del presidente Bolsonaro. Habló con Agência Pública, desde Estados Unidos, donde está cursando una maestría en teología del Union Theological Seminary, de la Universidad de Columbia, en Nueva York.
El teólogo e investigador destaca que Brasil no está entre los países en que hay persecución contra los cristianos. El prejuicio existe, incluso entre las denominaciones evangélicas, “por cuestiones de clase, por cuestiones raciales”, dice. Según Pacheco, el término cristofobia fue utilizado por Bolsonaro de una manera estratégica y, según todo indica, debe orientar los debates electorales en defensa de una agenda ultraconservadora.
¿Hablar de cristofobia, o fobia a los creyentes en Brasil, es un debate legítimo desde tu punto de vista? ¿Existe realmente un prejuicio contra los cristianos o contra los evangélicos?
El prejuicio existe, así como hay prejuicios contra varios grupos. La gran cuestión es que este prejuicio está lejos de ser caracterizado como cristofobia o creyentefobia. No se puede negar que existe un prejuicio sobre la creencia de los evangélicos, por ejemplo, la forma de vivir, las costumbres. Incluso un prejuicio intraeclesiástico, entre las iglesias evangélicas; por ejemplo, entre las iglesias más elitistas y las pentecostales, marcadamente más empobrecidas, generalmente ubicadas en las periferias. Por un lado, hay iglesias con personas más pobres, muchas sin escolaridad completa, y otras más elitistas, con pastores con formación académica. Cuando cruzás estas relaciones hay prejuicio, pero están cargados de problemas de clase, problemas raciales, considerando que muchas de las iglesias más pobres y periféricas tienen una presencia negra muy fuerte. En este contexto, los evangélicos a menudo se ven como de mente estrecha, alienados, hay una generalización de los evangélicos. Pero todo esto es completamente diferente al discurso de cristofobia. Este discurso no aplica porque compara erróneamente a Brasil con países donde, de hecho, hay persecución contra los cristianos. En Brasil los evangélicos conservadores y fundamentalistas están masivamente dentro del gobierno. Es absolutamente contradictorio decir que existe cristofobia cuando este grupo religioso tiene en sus manos todo el aparato del poder estatal.
¿Podría compararse la cristofobia con la idea del “racismo inverso”?
Es algo que está en el mismo campo. La idea del racismo reverso, de alguna manera, por muy extraña que sea, intenta reconocer que el racismo existe y es una mentalidad generalizada. La gravedad de este concepto de cristofobia es que no reconoce esta mentalidad prejuiciosa que afecta a diferentes grupos. Asume un lugar de supuesta vulnerabilidad y persecución por parte de un grupo específico, que serían los cristianos y, sobre todo, los evangélicos; es un error similar, pero con este agravante, que en mi opinión es sumamente significativo y peligroso.
Bolsonaro también dijo, en el mismo discurso en la ONU, que Brasil es un país cristiano y conservador, aunque el Estado es laico. ¿Cuál es el simbolismo de esta declaración ante la comunidad internacional?
El énfasis del presidente, hasta ahora, estaba en que el Estado era laico, aunque el gobierno fuera cristiano. Cada vez más abandona este discurso y asume otro ante la comunidad internacional en que presenta a Brasil como un país que tiene una identidad ideológica y religiosa, es decir, es cristiano y conservador. Decir esto frente a la comunidad internacional es subyugar a toda la diversidad que existe en la sociedad brasileña y al mismo tiempo es la afirmación de una supremacía religiosa cristiana, que es parte de este proyecto de gobierno.
¿En la práctica, el fundamentalismo cristiano que crece en el país representado por líderes como Bolsonaro estimula el prejuicio contra otras religiones, como las de origen africano?
El fundamentalismo religioso promueve que se mantengan los prejuicios históricos contra las religiones de origen africano, atravesadas por el racismo en Brasil. Cuando Bolsonaro dice que aunque el Estado es laico el país es cristiano y conservador, está reprimiendo principalmente a las religiones más perseguidas y vulnerables en el contexto religioso brasileño. Esta postura es perniciosa y nociva para la propia pluralidad social, no sólo desde el punto de vista de las creencias. No es sólo que la convicción religiosa del presidente o de los miembros del gobierno sea cristiana. Más que la convicción religiosa, es la construcción de un proyecto político que involucra la perspectiva religiosa impuesta de manera generalizada a la sociedad: en las políticas públicas, en el reconocimiento de grupos y minorías sociales. Es un impacto mucho mayor que en lo religioso. Hay un no-reconocimiento de la presencia de diversidad religiosa. Hay un no-reconocimiento de la violencia sufrida por las religiones de matriz africana. Pero también hay una amenaza a las libertades individuales cuando las propuestas del gobierno se hacen bajo el escrutinio de perspectivas cristianas fundamentalistas y conservadoras.
¿El aumento de denuncias de intolerancia religiosa, sobre todo con ataques a terreiros y otros relatos de violencia, está relacionado con esto?
Los ataques contra las religiones de matriz africana han aumentado en Brasil y esto está vinculado con un ambiente más violento y persecutorio. En la medida en que existe una negación sistemática de la persecución y la violencia, y no hay una política pública que reconozca estas amenazas, estamos contribuyendo a un ambiente de violencia creciente. Hasta mediados de 2010, el debate sobre la intolerancia religiosa se había fortalecido. Sin duda, hubo un retroceso, con un aumento de las denuncias tanto de violencia física como de agresiones verbales contra religiones de origen africano. Esto, sin duda, es fruto de un ambiente de violencia y prejuicio creado también por el actual gobierno.
Hablabas de un proyecto de supremacía cristiana. ¿Podrías explicar mejor ese concepto?
El campo evangélico siempre ha estado en disputa por la esfera pública, por la influencia del poder político. Pero ahora es como si estuvieran en un gran giro. Hay un proyecto de supremacía muy claro, con énfasis en valorar una idea de persecución religiosa, como reflejo de lo que sucede en Estados Unidos, donde están en debate prácticas cristianas en escuelas públicas, por ejemplo. En este proyecto de supremacía, los cristianos conservadores ocupan cargos estratégicos en el gobierno de Bolsonaro: en Educación, en Justicia, en Derechos Humanos, en Capes [Coordenação de Aperfeiçoamento de Pessoal de nivel superior, que depende del Ministerio de Educación y que se enfoca en la evaluación de los programas de posgrado y en las becas para estudiantes de ese nivel], en la Defensoría Pública de la Unión, en el Consejo Nacional de Educación. También en Relaciones Exteriores, con Ernesto Araújo, quien ha sido punta de lanza de una gran alianza global por la libertad religiosa, que en realidad se limita a fortalecer la libertad cristiana y la injerencia del cristianismo en la sociedad. Es un proyecto de clara supremacía, cuya gran coronación será la presencia en el Supremo Tribunal Federal.
¿El llamamiento del presidente a luchar contra la cristofobia es una estrategia electoral?
Es algo que se conecta con el proyecto de supremacía coordinado con otros países como Estados Unidos, Hungría. La estrategia electoral viene a remolque. La cristofobia se puede utilizar para proteger candidaturas y pautas ultraconservadoras. Es un término que se puede aplicar a cualquier cosa. Un debate sobre los discursos homofóbicos –qué es creencia, qué es discurso de odio– puede enmarcarse como cristofobia; un debate sobre la política de drogas y el funcionamiento de las comunidades terapéuticas, por ejemplo. Cualquier discusión que cuestione las prácticas de las comunidades terapéuticas cristianas, que no respetan lo más básico de la política de salud mental, puede enmarcarse en una perspectiva de cristofobia; en seguridad, vinculado a los excesos de la Policía, en proyectos de ley y orden; en educación, donde el Consejo Nacional de Educación está impregnado de una presencia evangélica conservadora, cualquier resistencia a la moral y los valores cristianos se puede interpretar de esta manera. Podría ser cristofóbico todo aquel que cuestione la agenda ultraconservadora. En esta perspectiva, el término cristofobia sirve para blindar cualquier tipo de propuesta y probablemente será utilizado como estrategia electoral decisiva en las próximas elecciones.