La aparición del fuerte fenómeno de El Niño este año podría poner en peligro uno de los principales productos de la bioeconomía amazónica: la castaña. La preocupación proviene de productores e investigadores que vieron un colapso en la producción la última vez que el fenómeno, que trae sequía a la selva, se formó en el planeta. El Niño que ocurrió entre 2015 y 2016, el más intenso de los últimos 50 años, provocó una disminución del 37% en la producción del fruto en la cosecha siguiente, en 2017, en comparación con el promedio observado en el período de 2010 a 2019.
Los datos del Instituto Brasileño de Geografía y Estadística son válidos para la Amazonia brasileña, pero el aumento de la temperatura y la disminución de las lluvias también han afectado a la producción en otros países donde se extiende la selva, como Bolivia y Perú. La drástica reducción de la oferta ha provocado incluso robos de la fruta.
Un grupo de científicos observó de cerca esta dinámica en la reserva extractiva de Río Cajari, en el estado de Amapá, en el extremo norte de Brasil. Allí se encuentra el mayor bosque de castañas conocido y vigilado de la región. Los investigadores, coordinados por Marcelino Guedes, ingeniero forestal de la Empresa Brasileña de Investigación Agropecuaria en Amapá (Embrapa-AP), analizaron datos meteorológicos de 2007 a 2018, así como la producción de castañas en dos porciones de nueve hectáreas de la reserva durante el mismo periodo.
La idea era investigar si el cambio climático provocado por El Niño -el calentamiento brusco y periódico de las aguas del océano Pacífico- podría ser la causa de la caída de la producción de castañas. Se dieron cuenta de que las variaciones anuales de temperatura y precipitaciones afectaban a la fructificación del año siguiente, pero que la llegada del fenómeno llevaba los impactos a otro nivel.
“Ya había predicciones de la comunidad científica de que El Niño de 2015 y 2016 sería muy fuerte, pero no imaginábamos que podría causar algún tipo de efecto en la producción de castañas. Embrapa-AP monitorea el fruto de la especie desde 2007 y nunca habíamos visto una caída tan brusca de la producción como la ocurrida en 2017”, explica Dayane Pastana, de la Universidad Federal de Lavras, primera autora del estudio.
La ocurrencia de El Niño provocó un aumento de 2°C en la temperatura máxima de las áreas analizadas, y el llamado verano amazónico, estación seca que suele ocurrir a lo largo de tres meses, entre septiembre y noviembre, duró seis meses en 2015, según datos de una estación del Instituto Nacional de Meteorología (Inmet) ubicada a 121 kilómetros de la reserva extractiva. “En Macapá, la capital [de Amapá], pasamos más de 100 días sin una gota de lluvia”, recuerda Guedes.
El investigador explica que la combinación de escasez de lluvias y aumento de las temperaturas hizo caer la producción de castaña en la siguiente cosecha de 2017, ya que el proceso de maduración del fruto dura unos 15 meses. En la reserva de Río Cajari, la producción de castaña por árbol fue ocho veces menor que en 2015 y el doble de la media general, según los cálculos del estudio. Los resultados fueron publicados el año pasado por el Instituto Nacional de Investigaciones de la Amazonia.
Los castaños son árboles de gran tamaño y sus copas alcanzan mayor altura que el dosel del bosque, por lo que están más expuestos a la insolación. Las altas temperaturas registradas en la copa de los árboles durante ese periodo provocaron la llamada sequía fisiológica -cuando las raíces no pueden absorber el agua del suelo y transportarla a la copa-, que causó la desecación de las pulpas de los castaños e incluso la muerte de algunos individuos arbóreos.
Las alteraciones climáticas de El Niño también aumentaron la mortalidad de las abejas, principales polinizadoras de la especie, perjudicando el desarrollo de flores y frutos.
Este año, con la confirmación del regreso del fenómeno y el récord de calor en el planeta, así como el aumento de la temperatura de los océanos, crece la preocupación por las comunidades amazónicas que dependen de la recolección de nueces para su subsistencia. Para Guedes, el escenario no es nada alentador. “La próxima cosecha se verá muy afectada, sobre todo si se confirman las previsiones de un fuerte El Niño”.
Robos sin precedentes e impactos socioeconómicos
En 2017, la escasez de fruta en la Amazonia hizo que el precio del producto final se disparara. El valor de una lata de 11 kilos de castañas, la unidad estándar de venta, aumentó un 140% entre 2016 y 2017, según un estudio de Embrapa.
La sobrevaloración de las castañas ha allanado el camino para que se produzcan delitos. “Hemos vivido cosas que nunca habían ocurrido, como el robo de castañas dentro de la reserva. Los castañicultores respetan mucho sus límites de recogida, pero en 2017 hubo robos de sacos e incluso mineros de oro salieron de la mina para ir a por castañas”, dice Guedes.
La familia de Rondinele Quina, al igual que otras 300 que viven en Alto Cajari, depende de la recogida del fruto para subsistir. Quina, de 42 años, lleva ayudando a sus padres a recoger castañas desde que tenía 10 en la reserva extractiva del río Cajari y dice que toda la familia sintió los efectos de El Niño. A su hermano, por ejemplo, le robaron los frutos y tuvo que vender su castañar. “Ya no encontraba castañas a causa de los robos. No hubo violencia, pero fue una gran pérdida, perdió muchas castañas”.
Con el impacto de El Niño extremo en la producción, los recolectores tuvieron que buscar otras fuentes de ingresos para compensar la falta de dinero obtenido con la venta de nueces. A menudo, la cosecha es el único momento en que las familias pueden reunir recursos para una reserva financiera o hacer mejoras en el hogar. Según Guedes, la baja producción ha acentuado la dependencia de los ingresos de fuentes no productivas, principalmente la seguridad social y otras ayudas gubernamentales.
Los investigadores indican las medidas que pueden tomarse para minimizar los impactos sobre los árboles de castaña y los recolectores de fruta causados por El Niño o los fenómenos extremos relacionados con el calentamiento global.
Guedes explica que los árboles más viejos son más sensibles al cambio climático, especialmente al aumento de las temperaturas máximas y a la reducción de las precipitaciones. Por ello, renovar los castañares plantando árboles jóvenes es una estrategia que puede paliar los impactos de El Niño, pero, según Guedes, faltan incentivos para ponerla en práctica.
Pastana añade que, a largo plazo, también es importante desarrollar estudios dirigidos a la mejora genética de los castaños, para seleccionar las variedades más resistentes a la climatología adversa.
Para ella, es necesario que los gobiernos pongan en marcha políticas públicas que refuercen la cadena de producción de la castaña, para que los agroextractivistas tengan el apoyo necesario para continuar con actividades que contribuyan a la conservación de los bosques.
“La castaña es un símbolo de la conservación de la Amazonia. Es un ejemplo de que la mejor forma de defender el bioma es la conservación a través del uso, y no la protección total sacando a la gente del bosque. El camino es la gestión racional, utilizando técnicas de ingeniería forestal, las experiencias de la gente y los conocimientos tradicionales de quienes llevan siglos conviviendo con la naturaleza”, afirma Guedes.